Nacido en el seno de una familia
acomodada de muy variada procedencia (su padre era un caballero del Sur cuya
hacienda había venido a menos, y su madre -de religión católica- era la hija de
un rico comerciante de origen irlandés), el joven Francis Scott Fitzgerald hubo
de recurrir a la saneada economía de su abuelo materno para emprender una
prometedora formación académica que, a la postre, acabaría dejando inconclusa.
Realizó, en efecto, sus primeros estudios en la Newman School de Nueva Jersey,
para pasar posteriormente a matricularse, merced a la fortuna de su abuelo, en
la Universidad de Princeton, donde pronto entabló amistad con algunos
escritores y críticos literarios que, como Edmund
Wilson, orientaron sus inquietudes artísticas hacia el ámbito de la
creación literaria, en detrimento de unos estudios universitarios que cada vez
interesaban menos al futuro escritor.
Así las cosas, en 1917 abandonó
definitivamente su carrera superior para alistarse en el ejército y cumplir un
servicio militar que le dejó ratos libres, en los mismos campamentos de
instrucción, para ir pergeñando el borrador de su primera novela, concebida por
aquellos años bajo el título de El egoísta romántico, y publicada
finalmente en 1920 como A este lado del paraíso. Previamente,
Fitzgerald había conocido en Montgomery (Alabama), donde cumplía el servicio
militar, a la bella Zelda Sayre, de la que cayó rendidamente enamorado y a la
que convirtió en el principal referente de las "muchachas doradas"
que habrían de poblar gran parte de sus posteriores entregas narrativas. Zelda,
que contaba dieciocho años de edad cuando entabló relaciones con Francis Scott
Fitzgerald, era, en efecto, el paradigma de un nuevo arquetipo de mujer joven
americana, la flapper, cuya audacia, independencia y libertad
sexual comenzaba a sustituir -tanto en la vida real como sus reflejos
literarios de aquellos años- a la típica figura de la mujer tradicional
sometida siempre a la voluntad del hombre. Eran los prolegómenos de "los
felices años veinte" y "la era del jazz", los tiempos en los que
el optimismo generado por el final de la Primera Guerra Mundial trajo consigo
el estallido de un espíritu hedonista, la relajación de la férrea moral
decimonónica y la liberación de las costumbres sexuales, con especial mejora en
las relaciones sociales y el desarrollo intelectual y espiritual de las
mujeres.
A raíz del éxito cosechado por la
publicación de su primera novela, la fama y el dinero permitieron a Fitzgerald
contraer matrimonio con Zelda Sayre, en cuya compañía se adentró en los
dominios de la alta sociedad americana, amante del lujo, el refinamiento, la
diversión y los constantes viajes por América y Europa. Dio inició así la
prolongada fiesta ilusoria que, como una celebración permanente de la felicidad
y la riqueza de los recién casados, se prolongó durante un año entero hasta el
nacimiento de su hija "Scottie", en 1921. En París, Francis Scott y
Zelda tuvieron ocasión de entablar amistad con los grandes expatriados de las
Letras estadounidenses del momento, como Ernest
Hemingway, John
Dos Passos y Gertrude
Stein, con quienes vivieron incansables episodios de derroche y diversión
que la joven pareja prolongaba en sus constantes regresos a la Nueva York de
las fiestas en los grandes salones privados de la alta sociedad, pero también
de los libertinos clubes nocturnos dominados por el jazz, la droga y alcohol.
En 1922, los éxitos de ventas
alcanzados nuevamente por otra novela de Fitzgerald (Hermosos y malditos)
permitieron al joven matrimonio costear el lujoso y extravagante tren de vida
que arrastraban por aquellos años, aunque ya por aquel entonces se dejaran
notar en sus vidas los siniestros presagios que pronto habrían de conducirles a
un triste final: dificultades económicas, desórdenes afectivos en el
comportamiento del escritor (peligrosamente inclinado a la dependencia
alcohólica) y, sobre todo, primeros síntomas del deterioro mental de Zelda
Sayre (que acabaría muriendo, víctima de un incendio, en 1948, en el sanatorio
en el que permanecía recluida desde hacía varios años).
A partir de 1924, el matrimonio
Fitzgerald abandonó su casa neoyorquina de Long Island para fijar su residencia
en la Riviera francesa, en donde habría de permanecer hasta 1931. Al poco de
instalarse en Europa, el escritor de Minnesota culminó su gran novela El
gran Gatsby (1925), que, a pesar de ser considerada por la crítica
como su obra maestra, no alcanzó en modo alguno los éxitos de ventas logrados
por sus entregas anteriores. A estas dificultades económicas de los Fitzgerald,
agravadas cada vez más por el alcoholismo del todavía joven escritor, se sumó
la agudización de las crisis de enajenación mental que sufría Zelda, quien
comenzó a frecuentar los manicomios a partir de 1930. Para sobrevivir, ya de
nuevo en los Estados Unidos de América, Francis Scott Fitzgerald colaboró
asiduamente en diferentes revistas de todo el país, actividad que a duras penas
logró compaginar -por culpa de los efectos destructivos que la bebida ya iba
causando en su salud- con la redacción de otra espléndida novela, publicada en
1934 bajo el título de Suave es la noche. Por desgracia, los
deslumbrantes valores literarios que también atesoraba esta narración del
abatido escritor tampoco fueron apreciados por los lectores norteamericanos de
su tiempo, lo que, unido a la gravísima situación mental de la otrora bella e
inteligente Zelda, sumó a Fitzgerald en una violenta crisis depresiva de la que
dejó constancia en varios ensayos (publicados, cinco años después de su muerte,
en el volumen titulado El crack-up).
Olvidado por críticos y lectores,
minado por los efectos del alcohol y prematuramente envejecido, Francis Scott
Fitzgerald intentó sobreponerse a su deplorable estado y recuperar en Hollywood
la fertilidad creativa de su juventud, donde, a partir de 1937, se empleó en la
redacción de diferentes guiones cinematográficos. Así logró subsistir durante
tres largos y difíciles años, hasta que la muerte le sorprendió trabajando en
la escritura de su última novela, publicada un año después de su desaparición
bajo el título de El último magnate (1941). El brillante
esplendor de este inconcluso legado literario del autor de Minnesota provocó,
entre la crítica norteamericana contemporánea, la inmediata -pero ya
desgraciadamente tardía- rehabilitación de Fitzgerald como uno de los más
grandes escritores de la primera mitad del siglo XX. El triunfo que con tantos
esfuerzos había intentado recuperar durante los últimos y atormentados años de
su existencia se renovó, a partir de entonces, por medio de las sucesivas
reediciones de sus grandes novelas y, sobre todo, merced a los éxitos de
taquilla alcanzados por la versión cinematográfica de The great Gatsby (1949),
protagonizada por los actores Alan Laddy Shelley
Winters. En 1974 se estrenó una nueva adaptación al cine de esta espléndida
novela, rodada por el cineasta inglés Jack
Clayton (quien preparó el guión en colaboración con el célebre director
de Detroit Francis
Ford Coppola), y protagonizada por dos actores de la talla de Robert
Redford y Mia Farrow.
Por sus trabajos en esta película, Karen Black fue galardonada con el
"Globo de Oro" a la mejor actriz secundaria, y Nelson Riddle con el
"Oscar" de Hollywood a la mejor banda sonora adaptada. Dos años
después, El último magnate también fue objeto de una versión
cinematográfica realizada por el director estadounidense de origen turco Elia Kazan,
en la que intervinieron algunos nombres tan relevantes del cine americano como Tony Curtis, Robert
Mitchum, John
Carradine y Anjelica
Huston. Además de esta presencia de Fitzgerald en la gran pantalla, su
azarosa peripecia amorosa compartida con Zelda Sayre dio lugar a la magnífica
pieza teatral titulada In a bar of a Tokyo hotel (En un bar
de un hotel de Tokio, 1969), debida a la pluma del dramaturgo de
Mississippi Tennessee
Williams.
Fuente: texto extraido de http://www.mcnbiografias.com
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