domingo, 5 de marzo de 2017

Vida de F. Scott Fitzgerald

Nacido en el seno de una familia acomodada de muy variada procedencia (su padre era un caballero del Sur cuya hacienda había venido a menos, y su madre -de religión católica- era la hija de un rico comerciante de origen irlandés), el joven Francis Scott Fitzgerald hubo de recurrir a la saneada economía de su abuelo materno para emprender una prometedora formación académica que, a la postre, acabaría dejando inconclusa. Realizó, en efecto, sus primeros estudios en la Newman School de Nueva Jersey, para pasar posteriormente a matricularse, merced a la fortuna de su abuelo, en la Universidad de Princeton, donde pronto entabló amistad con algunos escritores y críticos literarios que, como Edmund Wilson, orientaron sus inquietudes artísticas hacia el ámbito de la creación literaria, en detrimento de unos estudios universitarios que cada vez interesaban menos al futuro escritor.
Así las cosas, en 1917 abandonó definitivamente su carrera superior para alistarse en el ejército y cumplir un servicio militar que le dejó ratos libres, en los mismos campamentos de instrucción, para ir pergeñando el borrador de su primera novela, concebida por aquellos años bajo el título de El egoísta romántico, y publicada finalmente en 1920 como A este lado del paraíso. Previamente, Fitzgerald había conocido en Montgomery (Alabama), donde cumplía el servicio militar, a la bella Zelda Sayre, de la que cayó rendidamente enamorado y a la que convirtió en el principal referente de las "muchachas doradas" que habrían de poblar gran parte de sus posteriores entregas narrativas. Zelda, que contaba dieciocho años de edad cuando entabló relaciones con Francis Scott Fitzgerald, era, en efecto, el paradigma de un nuevo arquetipo de mujer joven americana, la flapper, cuya audacia, independencia y libertad sexual comenzaba a sustituir -tanto en la vida real como sus reflejos literarios de aquellos años- a la típica figura de la mujer tradicional sometida siempre a la voluntad del hombre. Eran los prolegómenos de "los felices años veinte" y "la era del jazz", los tiempos en los que el optimismo generado por el final de la Primera Guerra Mundial trajo consigo el estallido de un espíritu hedonista, la relajación de la férrea moral decimonónica y la liberación de las costumbres sexuales, con especial mejora en las relaciones sociales y el desarrollo intelectual y espiritual de las mujeres.
A raíz del éxito cosechado por la publicación de su primera novela, la fama y el dinero permitieron a Fitzgerald contraer matrimonio con Zelda Sayre, en cuya compañía se adentró en los dominios de la alta sociedad americana, amante del lujo, el refinamiento, la diversión y los constantes viajes por América y Europa. Dio inició así la prolongada fiesta ilusoria que, como una celebración permanente de la felicidad y la riqueza de los recién casados, se prolongó durante un año entero hasta el nacimiento de su hija "Scottie", en 1921. En París, Francis Scott y Zelda tuvieron ocasión de entablar amistad con los grandes expatriados de las Letras estadounidenses del momento, como Ernest HemingwayJohn Dos Passos y Gertrude Stein, con quienes vivieron incansables episodios de derroche y diversión que la joven pareja prolongaba en sus constantes regresos a la Nueva York de las fiestas en los grandes salones privados de la alta sociedad, pero también de los libertinos clubes nocturnos dominados por el jazz, la droga y alcohol.
En 1922, los éxitos de ventas alcanzados nuevamente por otra novela de Fitzgerald (Hermosos y malditos) permitieron al joven matrimonio costear el lujoso y extravagante tren de vida que arrastraban por aquellos años, aunque ya por aquel entonces se dejaran notar en sus vidas los siniestros presagios que pronto habrían de conducirles a un triste final: dificultades económicas, desórdenes afectivos en el comportamiento del escritor (peligrosamente inclinado a la dependencia alcohólica) y, sobre todo, primeros síntomas del deterioro mental de Zelda Sayre (que acabaría muriendo, víctima de un incendio, en 1948, en el sanatorio en el que permanecía recluida desde hacía varios años).
A partir de 1924, el matrimonio Fitzgerald abandonó su casa neoyorquina de Long Island para fijar su residencia en la Riviera francesa, en donde habría de permanecer hasta 1931. Al poco de instalarse en Europa, el escritor de Minnesota culminó su gran novela El gran Gatsby (1925), que, a pesar de ser considerada por la crítica como su obra maestra, no alcanzó en modo alguno los éxitos de ventas logrados por sus entregas anteriores. A estas dificultades económicas de los Fitzgerald, agravadas cada vez más por el alcoholismo del todavía joven escritor, se sumó la agudización de las crisis de enajenación mental que sufría Zelda, quien comenzó a frecuentar los manicomios a partir de 1930. Para sobrevivir, ya de nuevo en los Estados Unidos de América, Francis Scott Fitzgerald colaboró asiduamente en diferentes revistas de todo el país, actividad que a duras penas logró compaginar -por culpa de los efectos destructivos que la bebida ya iba causando en su salud- con la redacción de otra espléndida novela, publicada en 1934 bajo el título de Suave es la noche. Por desgracia, los deslumbrantes valores literarios que también atesoraba esta narración del abatido escritor tampoco fueron apreciados por los lectores norteamericanos de su tiempo, lo que, unido a la gravísima situación mental de la otrora bella e inteligente Zelda, sumó a Fitzgerald en una violenta crisis depresiva de la que dejó constancia en varios ensayos (publicados, cinco años después de su muerte, en el volumen titulado El crack-up).
Olvidado por críticos y lectores, minado por los efectos del alcohol y prematuramente envejecido, Francis Scott Fitzgerald intentó sobreponerse a su deplorable estado y recuperar en Hollywood la fertilidad creativa de su juventud, donde, a partir de 1937, se empleó en la redacción de diferentes guiones cinematográficos. Así logró subsistir durante tres largos y difíciles años, hasta que la muerte le sorprendió trabajando en la escritura de su última novela, publicada un año después de su desaparición bajo el título de El último magnate (1941). El brillante esplendor de este inconcluso legado literario del autor de Minnesota provocó, entre la crítica norteamericana contemporánea, la inmediata -pero ya desgraciadamente tardía- rehabilitación de Fitzgerald como uno de los más grandes escritores de la primera mitad del siglo XX. El triunfo que con tantos esfuerzos había intentado recuperar durante los últimos y atormentados años de su existencia se renovó, a partir de entonces, por medio de las sucesivas reediciones de sus grandes novelas y, sobre todo, merced a los éxitos de taquilla alcanzados por la versión cinematográfica de The great Gatsby (1949), protagonizada por los actores Alan LaddShelley Winters. En 1974 se estrenó una nueva adaptación al cine de esta espléndida novela, rodada por el cineasta inglés Jack Clayton (quien preparó el guión en colaboración con el célebre director de Detroit Francis Ford Coppola), y protagonizada por dos actores de la talla de Robert Redford y Mia Farrow. Por sus trabajos en esta película, Karen Black fue galardonada con el "Globo de Oro" a la mejor actriz secundaria, y Nelson Riddle con el "Oscar" de Hollywood a la mejor banda sonora adaptada. Dos años después, El último magnate también fue objeto de una versión cinematográfica realizada por el director estadounidense de origen turco Elia Kazan, en la que intervinieron algunos nombres tan relevantes del cine americano como Tony CurtisRobert MitchumJohn Carradine y Anjelica Huston. Además de esta presencia de Fitzgerald en la gran pantalla, su azarosa peripecia amorosa compartida con Zelda Sayre dio lugar a la magnífica pieza teatral titulada In a bar of a Tokyo hotel (En un bar de un hotel de Tokio, 1969), debida a la pluma del dramaturgo de Mississippi Tennessee Williams.

Fuente: texto extraido de http://www.mcnbiografias.com

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